Hoy en día la publicidad impregna nuestras vidas. Los medios de comunicación y las nuevas tecnologías hacen que sea imposible escapar de ella. En cualquier parte del mundo estamos sometidos a una “presión incontrolada” para comprar y consumir. Hay personas que consideran la publicidad como el arte de convencer al público para que gaste dinero en objetos que no necesita. El historiador británico Hobsbawm llamó a la sociedad del siglo XX la “sociedad de la abundancia” lo que significa que la necesidad de consumir gobierna nuestras vidas consciente e inconscientemente. Sin duda, los lujos de nuestros padres se han convertido en nuestras necesidades.

Pero la publicidad no es algo nuevo. Se pueden encontrar rastros de ella en los orígenes de la civilización y el comercio. Desde que aparecieron los productos a comercializar, surgió la necesidad de darlos a conocer y la forma más habitual de hacerlo era la comunicación oral.

La pregunta ahora es: ¿Dónde se encontró el primer anuncio del mundo? Nos remontamos al año 3000 a.C. para encontrarlo. En la civilización egipcia, el dios Dyehuty era considerado el dios de la sabiduría y tenía autoridad sobre todos los demás dioses. Como inventor de las palabras, confió su secreto a los escribas para que contaran sus verdades por escrito. Así, como los dioses no mienten, la escritura se convirtió en algo divino.

Encontramos una propaganda publicitaria (política y religiosa) en muchas de las inscripciones de los obeliscos e incluso en la paleta de los agricultores (actualmente en el Museo Egipcio). Aunque en el caso de la paleta, y según algunos autores, la verdadera finalidad era exponer al mundo los dominios del rey en nombre de los dioses.

Muchos de vosotros habréis visto en muchos bajorrelieves a lo largo de la historia del antiguo Egipto, imágenes del faraón golpeando a sus enemigos con una maza. También es una imagen simbólica de propaganda del poder real. Pero el papiro se convirtió en un material mucho más manejable que la piedra para estos primeros anuncios.

Así pues, es en la próspera ciudad de Tebas donde apareció el primer eslogan publicitario, el papiro del esclavo Shem. En él, un vendedor de telas llamado Hapu, afirmaba que daría una recompensa (una pieza entera de oro) a quienes informaran del paradero del esclavo Shem y lo devolvieran a la tienda, donde se tejen las telas más bellas para el gusto de cada persona. De esta forma tan sutil anunciaba su producto al tiempo que llamaba la atención.

Actualmente, el papiro se encuentra en el Museo Británico de Londres. Pero… ¿qué pasó con el esclavo Shem? ¿Acabaron encontrándolo y fue devuelto a su amo? No. Shem consiguió escapar de su destino. Nunca más se supo de él y, según otros papiros, Hapu amplió su negocio con la moneda que consiguió reclamar gracias a su brillante esquema publicitario.

 

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